La fe y la familia son dos grandes motores que han movido al hombre durante toda su historia; ambas se enriquecen mutuamente y elevan el espíritu de quienes han sido agraciados por esa sublime relación.
Estas virtudes son el corazón de esta vivienda ubicada en el departamento de Malargüe, Mendoza. Tanto la fe, representada físicamente por un altar, como la familia, honrada en un comedor íntimo se ubican en el centro de la casa, marcando fuertemente entre ambas, un eje de simetría cargado de significado.
El espacio del encuentro familiar concentra todos los momentos compartidos alrededor de la mesa bañada de sol desde el amanecer hasta el ocaso, instantes de amorosas miradas cara a cara, pausas serenas en medio de la rutina…
El espacio del culto es el centro del hogar. En una imagen está representada la Providencia que regala el pan de la mesa y propicia la unión. Éste es el punto clave que honra el espacio que lo contiene y protege cada una de las experiencias de la familia que lo habita.
Ambos ámbitos se enriquecen mutuamente y son un gran disparador espacial. El eje marcado por la fe y la familia se materializa en dos grandes muros de piedra que abrazan y organizan la casa en un sector social y un sector íntimo. Este gran espacio central se comunica, al mismo tiempo, con un eje vertical que vincula el cielo con la tierra. Arriba, en planta alta se ubica un estudio que goza de las grandes vistas del entorno de montaña y luz; abajo, en el subsuelo se esconde una misteriosa cava de vinos. Arriba el trabajo, abajo el ocio y la cultura. En medio, la familia y el culto.
Estos son los pilares fundamentales que distinguen a esta vivienda de campo, los que la convierten en única, exclusiva y transcendente.
Festejamos que la arquitectura nos haya permitido generar los espacios adecuados para una vivienda en la que habita el alma y las almas de una familia llena de amor.